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Caballo de acero

Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

Caballo de acero

Visitar el sureste mexicano siempre es gozoso; ahí, donde el caribe y el golfo de México se juntan, la península de Yucatán se muestra generosa en cultura y naturaleza: playas, cenotes, selva, manglares, pantanos, rías, pirámides, edificios coloniales, centros históricos, ciudades amuralladas, gastronomía exquisita y variada. Y este año parece estar de moda al inaugurase el Tren Maya, porque las ofertas de vacaciones de verano incluían parte de sus recorridos por el tren para conocerlo.

Este tren es una de las obras insignia del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y se han venido inaugurando diversos tramos desde el mes de diciembre. Me ahorraré toda la discusión “odiológica” del tema. Porque cierto es que se volvió un elemento más para la atracción turística de la zona.

Hace algunos años mi hermana Dora y yo teníamos el propósito de viajar juntas a la península de Yucatán para que conociera los lugares emblemáticos de la península, pero como ella era una de las cuidadoras de mi mamá cuando yo me iba de vacaciones, nunca pudimos empatar agendas hasta que este verano vimos la super oferta en Magni charters y ambas con nuestros respectivos maridos nos fuimos, ahora con la principal intención de conocer el Tren Maya.

Compré en línea con una semana de anticipación los boletos en clase premier para viajar en tren desde Mérida a Chichen Itzá; un viaje que en anteriores ocasiones yo había hecho en autobús con una duración de dos horas y media.

En Mérida indagamos donde estaba la estación de tren, todo mundo decía que estaba muy lejos, pero nadie lo sabía con precisión, pedimos un coche por aplicación e hicimos media hora del centro de la ciudad a la estación Mérida-Teya, llamada así porque se encuentra ubicada en una zona que era propiedad de una hacienda henequenera del mismo nombre, en las afueras de la mancha urbana.

Es una estación de trenes muy grande, amplia, cómoda y moderna, el personal, atento, educado, presto a atender las dudas de los pasajeros; subimos al tren con media hora de retraso, los vagones estaban flamantes, limpios y cómodos, el aire acondicionado muy frío, pero todo era eléctrico.

Después de 45 minutos paró en Izamal y continuó su camino a Chichén, mientras nos sirvieron bebidas y un snack. El tren corrió paralelo a la autopista Mérida-Cancún y no vi mayor destrucción de la selva que la hecha ya desde que la autopista se construyó y nadie entonces habló de ecocidio. Hicimos una hora y media viendo como el tren iba a una mayor velocidad de los autos que corrían a la par y muchos nos decían adiós o nos tomaban fotografías.

La estación de Chichén Itzá está en medio de la nada o en medio de la selva, las instalaciones aún no están terminadas, pero tiene un avance considerable tal vez del 70 u 80%; para llegar a la zona arqueológica hay que tomar un camión que llega hasta ahí cada 15 minutos y que es de una de las empresas de autotransportes más conocidas en esa región que presta servicio de segunda clase; los camiones están en pésimas condiciones y contrastan terriblemente con el servicio del tren, pero es el único medio por el cual uno puede salir de la estación y llegar hasta el pueblo o la zona arqueológica; además de que el camino que está asfaltado se ve muy improvisado y hecho con prisa.

Pero todo eso se olvida cuando uno llega finalmente a la zona arqueológica y puede entrar gratis con su credencial de profesor. De regreso, nuevamente hay que subirse en al autobús donde sin número de asiento, muchos tienen que ir parados.

El tren de regreso a Mérida llegó puntual, venía desde Cancún y traía a muchos extranjeros con grandes maletas. A mitad del camino se detuvo, unas señoras nerviosas que venían en los asientos cercanos manifestaron su preocupación por quedar “en medio de la selva y ya de noche” a lo que al oírla un joven que según escuché vivía en Phoenix, Arizona le dijo que no se preocupara.

“Este tren es de primer mundo y si falla la electricidad traen un segundo sistema que lo hace funcionar”, en seguida el tren siguió su marcha hasta llegar a Mérida. Ya en la estación, nos dijeron que podíamos tomar el Vaivén (un camioncito del sistema de servicio urbano), que nos llevaría hasta el centro por 12 pesos, era eléctrico, con aire acondicionado y muy cómodo.

He dicho que dejaré las discusiones “odiológicas” refriéndome a aquellos que han opinado con enojo y desaprobación de esta obra más por cuestiones de ideología que de progreso económico y social para el país; sin embargo, vale la pena conocerla de cerca para convencerse que no se trata de morena, ni de AMLO, ni de la 4T, sino de la grandeza de este país, de su cultura, su justicia social en una zona donde el turismo siempre ha existido pero sus beneficios no llegan a las comunidades.

El Tren Maya Tsíimin K’ aa’ (caballo de acero), no trasformará de golpe el entorno, pero sí el destino del Mayab, la tierra del faisán y del venado.

E-mail: garciasaenz70@gmail.com