ES EL COLUMNISTA MÁS LEÍDO
GRAN TAMPICO
ES EL COLUMNISTA MÁS LEÍDO
Por Julián Javier Hernández
Tampico cuenta con autores locales que escriben sobre la ciudad desde hace 24 años. Gracias a ellos, se consignan los hechos principales, sobre todo en columnas periodísticas, donde caben la narración y hasta la poesía (Chesterton, maestro del estilo, era columnista). Ahora bien, una cosa es archivar columnas para la posteridad y otra cosa es recordarlas, traerlas a la memoria. Y la prueba del olvido, tan difícil como la del fuego, pocos la resisten.
Ustedes disculparán, pero no hay nada más viejo e ignorado que la columna publicada el 9 de abril del 2002. De hecho, ni siquiera se recuerda la de antier, pues su utilidad ha desaparecido. Es casi imposible leer dos veces este tipo de textos, como es imposible usar dos veces un Kleenex; tal ha sido la decisión de los lectores y no admite impugnación. Pero, estos mismos, así como abandonan los trabajos efímeros, también preservan los buenos y admiran al autor que los firmó, como el caso de Aurelio Regalado Hernández.
Si los textos de un columnista siguen vigentes, después de tanto tiempo, son los de él. El mérito es grande porque Regalado, cuando comenzó su labor, coincidió con los viejos cronistas que estimaba como referentes. Nunca se propuso competir con los maestros, sino tratar las cuestiones que lo atraían personalmente. De este modo, sorprendió a muchos con la historia de un personaje ignoto o un momento desconocido en la vida del puerto, y supo extraer la novedad de episodios repetidos o gastados.
Estos trabajos, luego de varios años, siguen presentes en la charla o en algún documento digital, por el gusto de tenerlos y compartirlos. En cambio, nadie en su sano juicio atesora las columnas políticas de esa época.
En el cenit de su triunfo, Aurelio Regalado reunió a más de mil personas en la antigua Aduana Marítima, donde ofreció una conferencia sobre las canciones compuestas por extranjeros a la ciudad. Aunque no lo tomó así, fue un reconocimiento a su talento literario y a su interés en la historia de Tampico, que llevó a públicos más amplios.
Quizás se piense que un escritor puede triunfar si se apega a los gustos de la gente, a los sentimientos básicos y generales, como el amor al suelo natal, o que las crónicas de un lugar no pueden rebasar las fronteras territoriales; este no es el caso. La obra de Regalado se funda en resultados, en el rescate de hechos y datos desoídos y, en gran medida, en la buena literatura de sus textos, que otros colegas reconocieron de inmediato.
Doy testimonio de que los siguientes extranjeros, después de leerle, quisieron conocerlo en persona: el periodista y poeta portugués Augusto Oliveira: igualmente, un corresponsal italiano del Corriere della Sera, cuyo nombre se me escapa, así como el escritor argentino Leonardo Tarifeño, colaborador de Reforma y Letras Libres. Ellos lo buscaron o pudieron coincidir con él en una reunión, y valoraron su trabajo.
Otros que no resistieron la tentación de saludarlo fueron ciertos hombres de negocios, por no llamarlos capitalistas, con los que nunca pensó tener alguna coincidencia. Aurelio Regalado es de costumbres solitarias y le pesa llamar la atención. Pero llegaron muchos cambios a su vida después de escribir esas crónicas, y sabe que un creador no tiene dominio sobre las reacciones del público.
Y los cambios continúan, agitados todavía por su obra periodística, ahora con el nombramiento de cronista de Tampico; le ha llegado en un momento cargado de desafíos, pero sabe cómo manejarlos.
Aurelio Regalado ha sido elevadorista, cantante, actor, burócrata, corrector, catedrático, editor y cronista. «Los mares de la vida lo arrojaron a esta última playa, y estamos felices de eso».