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TAMPICO ES NEGOCIO.

Gran Tampico

Por Julián Javier Hernández

  1. Vengan, huastecos

A principios del año, mientras inquiría el alza de precios en materiales de construcción, supe quiénes eran los mejores clientes para el comercio de Tampico.

En un negocio conocido, me confirmaron que los pisos habían aumentado cincuenta por ciento, en tanto que el cemento y las válvulas de baño habían subido un tercio de cien.

-Pero nos avisaron que habrá más -dijo la encargada. Se refería a los precios altos.

La tienda tenía un inventario extenso de pisos, algunos tan costosos que, a mi entender, solo podría pagarlos un banco. Pero los había de todos los estilos y para todos los presupuestos.

-Hay paquetes económicos -explicó la administradora-. En nuestro giro, la venta no depende tanto del precio como de la persona que lo quiere.

-No entiendo -dije yo-. Lo caro siempre es caro.

-Algunos clientes son mejores que otros a la hora de comprar.

-¿Por ejemplo?

-La gente de fuera -la mujer sonrió-. Los constructores locales piden precio, descuento.

-¿Y quiénes son los buenos?

-Los de la huasteca. Vienen de Ébano a comprar pisos, no regatean y pagan en efectivo quince, veinte mil pesos. Lo que sea.

Desde el aparador de la tienda se podía ver el tráfico de la avenida Hidalgo: camionetas, coches, autobuses, motos. Parecían juguetes sobre bandas móviles. Pocos piensan que algunos provienen de Pánuco y Pueblo Viejo, Veracruz; o de Ciudad Valles, San Luis Potosí.

No son vehículos comunes ni coches invasores. Son los vecinos que vienen a hacer compras a Tampico y a dejar algo de riqueza.

  1. Váyanse, huastecos

Agradecido por la hospitalidad de los potosinos, un promotor turístico invitó a 30 niños tének a conocer la ciudad y el mar. Es decir, los invitó a Tampico y sus alrededores.

Prometía ser un viaje fabuloso, ya que los menores nunca habían salido de Tancanhuitz, su pueblo natal. Según los etnólogos, tének es el nombre original de los huastecos y de su lengua. Pero, fuera de estos rasgos, los elegidos eran iguales a los niños de cualquier lugar.

Ahora bien, sin ayuda de terceros, nunca hubieran podido hacer la excursión, pues eran pobres. En Tancanhuitz, solo el 9.7 por ciento de las viviendas tiene internet.

Un autobús alquilado los condujo directamente a la playa y fueron felices en la arena y el agua. Las gaviotas volaban sobre sus cabezas como si participaran de los juegos.

Luego, dieron un paseo por la Laguna del Carpintero y el Centro Histórico, y admiraron los edificios estilo Nueva Orleans, construidos en el siglo XIX.

El patrocinador reservó para el final lo que consideró el broche de oro del viaje: la visita al Museo de Tampico. Al llegar, habló con la directora para pedirle pases de cortesía.

-No puedo. Tienen qué pagar -dijo la funcionaria.

-Ya corrimos con los gastos del viaje y los paseos. Ellos no tienen con qué.

-Son cuarenta pesos -insistió ella-. No es mucho.

Por treinta niños, el costo total ascendía a 1,200 pesos, pero el presupuesto se había terminado. Entonces, el promotor pidió ayuda a un empresario local para cubrir las entradas.

Era también un gasto inesperado para este último, así que se comprometió a pagar la mitad, es decir, 600 pesos. Con esa rebaja, el promotor acudió de nuevo a la directora para convencerla de condonarles el resto.

-Lo siento -dijo ella-. Tienen qué pagar.

Casi al anochecer, el autobús retomó su camino a Tancanhuitz. No había caras tristes porque la impresión de ver la playa los había deslumbrado, quizás para siempre. También habían aprendido una lección de su plan fallido en el museo: los huastecos son bienvenidos… siempre que paguen.

  1. Negocios

La abundancia que caracterizó a Tampico hace cien años ha desaparecido. La huella de ese viejo esplendor, ya gastada, puede verse en algunos edificios de la zona centro. Se les remodela para ver si reviven un poco las épocas muertas.

Hace un siglo, los tampiqueños prosperaron del comercio con los europeos. Ahora, eso les pasa con los huastecos, pero los desairan.

El año pasado, la ciudad pudo congraciarse con los municipios conurbados en el festejo de su bicentenario. Sin embargo, los actos conmemorativos tendieron a la frivolidad y al elitismo más arcaico.

Se esperaban mesas redondas con historiadores, con académicos, con especialistas. Personalmente, creí que invitarían a los jóvenes a concursar por el diseño del logotipo, en vez de utilizar el adefesio que apareció. Además, muchos se quedaron con las ganas de un libro de historia local, pero uno docto, nuevo, profesional, que documentara las épocas con fidelidad y detalle.

La edición conmemorativa no fue eso sino un álbum fotográfico con algunas placas excelentes y retratos de unas cuantas familias. Debía ser así, ya que cada página se vendía en 100 mil pesos y era negocio de Progolfo, empresa de los Azcárraga. Esto lo condicionó a destacar más a los clientes que la imagen del puerto.

Al revisar información municipal, hallé gastos relacionados con el Archivo Histórico de Tampico, como un curso de 50 mil pesos que supuestamente impartió David Granados al personal. No está claro qué beneficio causó esto al conocimiento de la ciudad.

Podemos decir, en retrospectiva, que hay un nicho en el turismo nostálgico o del pasado que hará felices a los comerciantes, pero no a los historiadores serios ni a los tampiqueños desafectos al clasismo.

En ese sentido, corren aires de optimismo con la licenciada Mónica Villarreal Anaya como presidenta municipaldespués de seisaños de gobierno cerrado,sin sesiones de Cabildo públicas, sin licitaciones transparentes y sin información de los programas sociales.

Aquel Tampico era un negocio de pocos.