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HIROSHIMA, INFIERNO NUCLEAR+

HIROSHIMA, INFIERNO NUCLEAR

JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ.

El primer día de junio de 1945, en plena guerra mundial y a menos de dos meses de haber asumido el cargo en lugar de Franklin Delano Roosevelt, que había fallecido inesperadamente, el Presidente Harry S. Truman se reunió con los integrantes del Comité de Asesores.

El conciliábulo, presidido por el Secretario de Guerra, Henry Stimson, tenía por objeto tomar una decisión crucial: aprobar o rechazar el primer ataque nuclear de la historia, lanzar dos bombas atómicas sobre objetivos civiles de Japón. Algunos militares y científicos asistentes cuestionaron el lanzamiento.

Consideraban que el bombardeo aéreo y el bloqueo naval eran suficientes para doblegar al imperio nipón, pero fueron ignorados.

¿Cuáles fueron las razones que se esgrimieron para borrar del mapa en menos de medio minuto a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki y acabar con la vida varios cientos de miles de personas inocentes?

La mayoría de los consejeros tenían la certeza de que, si no se recurría al lanzamiento de la bomba nuclear, la guerra, que ya llegaba a los seis años, se prolongaría mucho tiempo más, morirían otros 250 mil soldados aliados, un número igual de japoneses y el costo del conflicto bélico, que ya ascendía a los 2 billones de dólares de la época, se elevaría estratosféricamente.

¿Cuánto costaría el lanzamiento de las bombas? En términos económicos una cifra insignificante y en vidas humanas alrededor de la mitad de los enemigos y algo importante para el gobierno de los Estados Unidos, permitiría cobrar a los orientales el artero ataque a Pearl Harbor y serviría de disuasión a los potenciales adversarios en el futuro, en particular la Unión Soviética.

Con el visto bueno de su equipo, Truman ordenó el ataque. El 6 de agosto a las 8.15 de la mañana, el bombardero B-29, Enola Gay (código “Little Boy”), comandado por Paul Tibbets, arrojó el artefacto explosivo, una bomba de uranio de cuatro toneladas, sobre Hiroshima y 72 horas después, el día 9, fue lanzada otra similar en Nagasaki.

La bomba, que desató un infierno atómico jamás visto, estalló 500 metros antes de tocar tierra, la onda expansiva generó vientos de 800 kilómetros por hora y en unos instantes redujo a escombros las poonblaciones atacadas. Al observar la primera explosión, uno de los tripulantes de la aeronave, horrorizado por el impacto exclamó: “¡Dios, ¿qué hemos hecho!?”.

Algunos de los sobrevivientes a la hecatombe que se encontraban a decenas de kilómetros de Hiroshima coinciden en que el estruendo fue aterrador, produjo un resplandor enceguecedor, un fogonazo brillante gigantesco y luego el cielo se oscureció.

Makiko Kada, sobreviviente de la masacre entrevistado por el periodista argentino Tomás Eloy Martínez en 1965, dijo que le pareció que el sol se había hecho pedazos y el cielo se había venido abajo. Creí que el sol se había desprendido de la bóveda celeste, comentó otro.

El número oficial de víctimas fatales fue de 319 mil 186, entre mujeres, hombres y niños, aunque la cifra de decesos continuó creciendo en los meses y años siguientes a causa de enfermedades causadas por las radiaciones, como la leucemia y otros tipos de cáncer, sin contar a los miles de mutilados, ni a aquellos que enloquecieron o se suicidaron por el intenso dolor que sufrían cuando la piel y pedazos de carne se les desprendían del cuerpo.

Cómo habían calculado los estadounidenses, Japón se rindió incondicionalmente el 14 de agosto y el 2 de septiembre, a bordo del acorazado “Missouri”, firmó oficialmente la capitulación. De no haberlo hecho, habrían sufrido ataques similares las poblaciones de Kokura y Niigata, entre otros blancos potenciales.

Por primera vez el pueblo del sol naciente escuchó la voz del emperador Hirohito, quien, en el histórico mensaje que dirigió a sus súbditos para informarles de la rendición, pidió perdón a los aliados del Pacífico Oriental y recordó con tristeza los caídos.

En contraste con  las palabras de pesar del monarca imperial, el que dirigió el Presidente Truman a su pueblo fue amenazante.

”Hace poco tiempo, –expresó– un avión americano ha lanzado una bomba sobre Hiroshima, inutilizándola para el enemigo. Los japoneses iniciaron la guerra por aire en Pearl Harbor: han sido correspondidos sobradamente. Pero este no es el final, con esta bomba hemos añadido una dimensión nueva y revolucionaria a la destrucción (…)  si no aceptan nuestras condiciones pueden esperar una lluvia de fuego que sembrará más ruinas que todas las hasta ahora vistas en la tierra”.

La aniquilación de Japón puso fin a la guerra más cruenta hasta ahora de la historia humana, que había costado más de 75 millones de muertos. El 28 de abril de 1945, en plena debacle de las potencias del Eje, el Duce de Italia Benito Musolinni y su amante Clara Petacci fueron fusilados y sus cadáveres llevados a una Plaza de Milán en donde los  colgados  cabeza abajo y los sometieron a toda clase de vejaciones.

Unas horas después, el día 30, cuando las tropas aliadas entraban a Berlín y caía Alemania, Hitler, iniciador del conflicto bélico mundial, se quitaba la vida de un balazo en su bunker, después de envenenar a su familia y a su perro Blondi. Al cadáver del Fuhrer no lo pudieron humillar porque, junto con los de sus allegados, habían sido cremados.

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