La escuela de La Verdad
Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
La escuela de La Verdad
Siendo estudiante en la licenciatura de Relaciones Públicas, le pedí a mi profesor Alejandro Govea me ayudara para entrar a trabajar a un periódico; desde muy joven había tenido inquietudes por la escritura haciendo periodismo escolar en el bachillerato con El Calmécac, un periódico que minuciosamente revisaba mi maestro de redacción Joel Castillo García, en aquel pueblo perdido de la huasteca potosina donde el calor y la zafra eran los grandes protagonistas del día a día.
Cuando el maestro Govea escuchó mi petición, me preguntó ¿sabes redactar bien? Le dije que no estaba segura, que lo mío era la fotografía y que mi deseo era entrar a trabajar a un diario y ahí ir aprendiendo. Después de pensarlo un rato me dijo “mira, vas a ir todos los días a mi oficina, lees los periódicos del día anterior y de ahí me vas a redactar dos o tres notas, puedes usar la máquina que tenemos ahí, luego las reviso, te hago observaciones y al día siguientes hacemos lo mismo”, así lo hice sintiéndome Larusso, el personaje de Karate Kid.
Después de algunas semanas me dijo, “Vas ir a La Vedad, ahí te van a recibir y te dirán que vas a hacer”. Entonces, ingenuamente yo me sentí lista para conquistar el mundo, me presenté en el periódico y me mandaron a la sección de sociales porque necesitaban ahí una fotógrafa.
Fue cuando empezó la lección realmente, la sección la dirigía la señora Luna, una profesora de primaria muy conocida entre las damas de sociedad y que hacía de las páginas de sociales una de las más exitosas de la ciudad. En mi andar por las fiestas de la clase alta, me acompañaba Lulú Lozada, quien redactaba la nota mientras yo tomaba las fotos; siendo entonces estudiante universitaria foránea fue una verdadera lección conocer el casino victorense, el campestre, las residencias del norte de la ciudad, me aprendí los nombres de las señoras más distinguidas, de los artistas e intelectuales de Victoria, los clubes sociales y asistía a los eventos culturales y artísticos más importantes.
Tomaba muchas fotografías y de vez en vez cuando la agenda se complicaba, también escribía; entonces Victoria se abrió para conocerla en su parte más selecta y refinada. Sin embargo, el ambiente laboral de la redacción me parecía muy desgastante, porque lo que hoy era fiesta y noticia, mañana ya no importaba, y empecé a tener la sensación de que el tiempo era una especie de vorágine que nos hacía trabajar incesantemente sin parar, aunado a un ambiente donde algunos antiguos reporteros veían con desconfianza a quienes estábamos llegando de la universidad como profesionales del periodismo. Siempre existía el comentario “a ver esos que se dicen estudiados” o cuando preguntábamos algo siempre contestaban “¿qué, eso no te lo han enseñado en la universidad?”.
Durante el tiempo que estuve en La Verdad, debo confesar que aprendí muchas cosas, no sólo de cómo eran los ambientes laborales en las redacciones, sino también cómo funcionaba un diario, sus tiempos de elaboración del material, su organización, conocí a mucha gente, la mayoría solidaria y dispuesta a ayudarte, enseñarte, orientarte.
También visité el penal para cubrir algún festejo del 10 de mayo, caminé las calles de Victoria y conviví con muchas mujeres que trabajaban en el periódico, reporteros, fotógrafas, administrativas, secretarias, hasta que un día llegó Juan José Amador, el poeta victorense, a llevar unos poemas para que se los publicara la señora Luna que era amiga del él, me lo presentó, nos pusimos a platicar y terminó invitándome a colaborar en la Revista de la Universidad Autónoma de Tamaulipas donde era director, entonces supe que lo mío era el periodismo cultural, un trabajo que requería más tiempo, reflexión, disfrute; abandoné la redacción de La Verdad y me fui a colaborar en La Revista con Amador. Después me dediqué a la promoción cultural, edité algunos semanarios, colaboré en diversas publicaciones y empecé a escribir esta columna y volví a los espacios de La Verdad por invitación de Javier Terrazas quien me recibiera en aquella primera entrevista de trabajo cuando mi maestro me pidió me presentara al periódico.
Hace algunos días fuimos convocados los editorialistas de La Verdad a compartir el pan y la sal con motivo de los 40 años del periódico; ahí Javier Terrazas hizo una extensa reflexión de lo que ha sido este periódico para la ciudad y para la formación de periodistas. Dos cosas me hicieron comprender la importancia de este periódico en mi formación como comunicóloga, cuando señaló que desde siempre fue un espacio donde se acogió a muchos jóvenes que buscaban incursionar en el periodismo, aprendieron y se formaron; además de ser incluyente, porque las mujeres siempre tuvieron espacios en los quehaceres que implicaban elaborar un diario. Fue entonces cuando empecé a hacer esta retrospectiva y descubrir que La Verdad ha sido parte de mi formación profesional y de muchos, aportando al periodismo tamaulipeco plumas frescas y libres. Felicidades por esos 40 años.
E-mail: garciasaenz70@gmail.com