Columnas

La magia de dos pueblos hermanos

Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

La magia de dos pueblos hermanos

Mi corazón siempre se alegra cuando llego a Ciudad del Maíz (SLP), regresar al origen despierta recuerdos, nostalgias, sabores, imágenes, afectos que reactivan la vida y producen felicidad; pero en esta ocasión no fue así; desde nuestra llegada tuvimos dificultades para encontrar un lugar desahogado para almorzar, después de intentarlo, terminamos con doña Tita y sintiéndonos cómodos, nos armamos de paciencia hasta que nos tocó el turno, fuimos los últimos; nos regaló un suculento plato de gorditas de horno como cortesía por la espera.

Había poca gente en las calles y amplios lugares para estacionarse, cosa rara en un día de fiesta y fin de semana; fuimos al panteón para visitar la tumba de mis padres y ahí también había poca gente, muchos sepulcros ya adornados porque al parecer la mayoría de los visitantes habían ido temprano, solo quedaban unas cuantas familias, un “fara-fara” listo para quien quisiera música para sus muertos y pocos vendedores en las afueras del panteón con flores y botanas.

Una columna de camionetas del ejército mexicano patrullaban las calles por los hechos ocurridos dos días antes; nos fuimos a comer bajo la sombra de un nogal, el día se tornaba triste, la algarabía de Día de muertos que venía de vivir en Tamaulipas aquí no existía, muy a lo lejos se escuchaban a cada hora las melodías que tocaba la obra monumental del gobierno anterior, un campanario en medio de la complicada circulación de la carretera nacional Tampico-Barra de Navidad que pasa por el pueblo, y que en lugar de agilizar la circulación entorpece y confunde; la obra no rememora nada, no hace homenaje a nada, no rescata ningún elemento cultural, histórico o identitario de los maicenses. Como lo es la gran puerta caída que da la bienvenida a Ciudad del Maíz, en medio de la nada y que es un monumento inútil e insulso.

No tuve apetito para cenar, el ambiente lúgubre, silencioso y sin gente me provocó nostalgia por los años de cuando fuimos niños ahí, donde su magia era ser un lugar pacífico, seguro y tranquilo.

Ahora mercantilizados bajo la marca de Pueblo Mágico, la cosa parece no haber avanzado hacia el progreso boyante del turismo y el bienestar económico de sus habitantes, que tanto prometieron quienes impulsaron la iniciativa. Ahí, la movilidad social se ha dado producto de las divisas que desde los años 90 trasformaron la dinámica de la zona y en los últimos años, por la instalación de inmensos invernaderos que han trasformado el paisaje árido en un mar de plástico. Demostrando lo que hace 20 años nos platicaban algunos habitantes del ejido Palomas, la existencia de agua subterránea que ningún gobierno quiso, se interesó o gestionó para realizar obras hidráulicas que sacaran de la pobreza a muchos.

El título de Pueblo Mágico se ha reducido a copiar eventos de otros pueblos, en improvisaciones, ocurrencias o promociones fallidas como “el descubrimiento de los túneles” cuya existencia siempre ha sido del conocimiento de los pobladores y que no guardan ningún tesoro, ni historias de bandidos, ni casos de misterio, sino que son simples obras hidráulicas coloniales que servían como drenajes, por donde pasaba las inmundicias de las familias ricas y terminaban conectadas al arrollo para el desagüe.

Al día siguiente, después de hacer las compras de rigor (chorizo, gorditas, queso, dulces, enchiladas) dimos una vuelta a la plaza para despedirnos del pueblo, pero no pudimos disfrutar sus vistas porque había un mercadillo de ropa de segunda que daba mal aspecto al jardín, con su quiosco y sus monumentos históricos. Ya rumbo a Ciudad Victoria, decidimos pasar a Tula a comprar unas arepitas en la plaza; desde que entramos al pueblo vimos su vitalidad comercial, compramos higos, pan, galletas, había mucha gente en la plaza y puestos de artesanías muy limpios, cuidados y que no alteraban el paisaje de los monumentos, había turistas que se confundían con los lugareños, había vida, alegría, movimiento.

No estoy convencida de que la marca de Pueblo Mágico sea una fórmula exitosa en Tula, pero debo reconocer que han trabajado bien, con ambición de sacar del olvido a ese pueblo del semi desierto tamaulipeco y no con la avaricia que en más de una ocasión han caracterizado a los proyectos maicenses. Ambos pueblos hermanos, fundados con dos días de diferencia, tenemos por un lado que Tula ostenta la marca de Pueblo Mágico (sin dar pelea) desde hace 10 años donde se han cometido muchas barbaridades en pro del turismo, pero que han sabido mantener su espíritu de ciudad histórica, a pesar de los avatares de violencia, pobreza, filiaciones partidistas, reinventándose sin demasiadas pretensiones para conservar su esencia y convertirse en la capital del semi desierto tamaulipeco.

Mientras tanto, Ciudad del Maíz, que peleó incansablemente por obtener la marca de Pueblo Mágico; sin tener necesidad que se le etiquetara como tal, ahora le hace falta alegría y parece como si ocultara su belleza.

E-mail: garciasaenz70@gmail.com