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MEMORABLE CENTENARIO DE JUAN RULFO

LETRA PÚBLICA

MEMORABLE CENTENARIO DE JUAN RULFO

RODOLFO SALAZAR GONZALEZ

Hace unos días, en este mes se cumplieron los primeros cien años del natalicio de unos de los escritores más grandes y fecundos de Latinoamérica que haya nacido en nuestro país. El catorce de mayo de 1917 en Sayula, un pequeño pueblo de Jalisco, cercano a Zapotlán el Grande, donde naciera Juan José Arreola, surgió a la vida para posteriormente entrar a la eternidad por su obra literaria Juan Rulfo, un tímido y callado provinciano Jalisciense que lo único quería hacer era pasar desapercibido y que nadie de se diera cuenta de su existencia, porque lo suyo en realidad, no era hablar con los vivos, él tenía como propósito en su vida, lo que sin duda logro en su obra, hablar con los fantasmas.

Sin embargo con tristeza veo que los encargados de cultura en el estado y en el puerto no le hayan dedicado al menos unos minutos de su trabajo que realiza a difundir la vida y la obra para que los tamaulipecos y los tampiqueños se interesen por la magia que existe en la literatura de Juan Rulfo, que los expertos lo consideran como uno de los principales exponentes de lo Real Maravilloso, que todo el mundo conoce como la corriente literaria denominada Realismo Mágico. La obra de Juan Rulfo redactada en “Pedro Paramo” y “El Llano en llamas” es una narración que transita entre fantasmas y sombras que van y viene en el tiempo inesperado y eterno, que comienza así: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Paramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo.”

Este desdén de las autoridades encargadas de la divulgación cultural no es nada nuevo pero debe comentarse porque ya es hora de que los encargados de esta tarea estén pendientes e incluyan en sus agendas de trabajo a los escritores por los que México es respetado y admirado en algunos sectores como es en la capital de Colombia, donde existe una librería café, que lleva el nombre de “Luvina”, en homenaje al cuento más bello, que en mi opinión encuentro en “El Llano en llamas” de Juan Rulfo y está convertida en la esquina cultural por excelencia, en donde se reúnen todos los intelectuales y los jóvenes de todo el mundo con afición por la literatura latinoamericana y la cultura en general.

Esto no es nada nuevo recuerdo en alguna ocasión cuando Álvaro Garza Cantú era alcalde de Tampico uno de sus asesores áulicos le susurró al oído cuando Álvaro estaba en una conferencia de prensa con los periodistas de la prensa, que le habían entregado el premio nobel de literatura a Octavio Paz y que tomara nota por si alguien le pedía su opinión. A lo que Álvaro en su buen estilo norteño le contesto a su asesor que no se preocupara porque si él no sabía quién era, seguro que ninguno de la fuente conocería a Octavio Paz.

Pedro Paramo, es en la novela el hombre acrisolado con la dureza de un espíritu egoísta. Solo quiso a tres personas: su padre, muerto en una fiesta por una bala perdida y en venganza quiso matar a todos los que asistieron al festejo; su hijo Miguel Paramo; hombre malo que ya debía muchas al morir en un accidente de caballo y Susana San Juan, mujer que nunca lo quiso, al morir ella también dejo morir sus tierras y su hacienda. Curiosa combinación existencial hace Juan Rulfo en su obra literaria: la muerte es una forma de vida.

“El Llano en llamas” es una obra breve en la que Rulfo reúne un conjunto de cuentos inmortales, entre los que sobresalen “En este pueblo no hay ladrones”. Casi todos sus cuentos fueron llevados al cine; por ejemplo en “Talpa” visualizamos como un monologo que dura apenas unos breves minutos en el que transcurre el llano callado de Amalia en brazos de su madre. Se logra en este reducidísimo tiempo construir una perpetua riqueza de sentimientos y pasiones, un triángulo lleno de perversiones y arrepentimientos, de amor, pasión y crueldad que transcurre a lo largo de una muy sentida peregrinación en busca del alivio para el hombre que agoniza y debe morir para que florezca una nueva relación.

Los expertos no dudan en que lo que Rulfo consiguió en unas cuantas páginas otros escritores enormes como William Faulkner o Juan Carlos Onetti y el maestro José Revueltas les llevarían centenares de páginas para construir las imágenes que hicieron celebre a Juan Rulfo.

Cuando Juan Rulfo murió en 1986 no tenía el reconocimiento mayor que ahora se le concede, y en gran parte ese inmenso lugar que ocupa hoy Rulfo en la literatura latinoamericana que engrandece a México, se lo debemos a Gabriel García Márquez, quien narro con sinceridad que no hubiera logrado escribir Cien años de Soledad si antes no hubiera leído a Pedro Paramo, del que llego a decir: “Soy capaz de recitar la novela completa de memoria”.

Fue Fernando Benítez otro mexicano ilustre de nuestras historia contemporánea quien pendiente y conocedor del desconocimiento de los funcionarios del gobierno en el área de cultura no tomarían en cuenta el fallecimiento y el impacto que esto representaría en el mundo de las letras de Juan Rulfo, y por eso insistió ante el presidente Miguel de la Madrid que inmediatamente entendió la importancia de la solicitud de Fernando Benítez de que los restos de Juan Rulfo fuera inmediatamente trasladados a la rotonda de las personas ilustres donde afortunadamente descansa.

Juan Rulfo, a diferencia de León Tolstoi que redacto “La Guerra y la Paz”, de Víctor Hugo que paso a la historia con “Los Miserables” y el inconmensurable Honorato de Balzac, que me lo imagino enorme como una mole bebiendo café a todas horas para poder trasladarse de recamara en recamara de la aristocracia de su tiempo para darles amor a tanta dama desdeñada por sus lores, y que en sus tiempos libres escribió “La Comedia Humana”. A Juan Rulfo le bastaron dos textos ligeros en cuanto a volumen, pero inmensos en cuanto a la profundidad de su conocimiento y arte de la psique humana, encontró con esto la llave para conocer la naturaleza humana en otra dimensión, en los oscuros imponderables: ese mundo desgraciadísimo que lo aprieta a uno por todos lados que va vaciando puños de nuestro polvo aquí y allá descuartizándonos en pedazos como si llegara la tierra con nuestra propia sangre. Pedro Paramo se pregunta: ¿Qué hemos hecho? ¿Porque se nos ha podrido el alma?

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