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Nadie sabe a lo que viene hasta que llega…

EN CONCRETO

Nadie sabe a lo que viene hasta que llega…

Por Blanca Leticia Guerra

¡Qué compleja es la vida! Qué cabrona…

Apenas el martes estaba en Ciudad de México preparándome para viajar a Reynosa; la perrita de la casa, La Tola, está ya muy enferma y yo venía a llevarla al médico, a cuidarla, y en caso de que surgiera lo peor, a dormirla… con el dolor de mi corazón, pero pensando siempre en que no sufriera…

Al final el que duerme es mi padre…

Llegué el miércoles muy temprano y no me recibió como de costumbre, con un desayuno y una vuelta por las calles de su infancia, donde me contara que estudió en la misma escuela que mi madre y que años más tarde, cuando trabajaron juntos en La Prensa, se convirtió en el amor de su vida, que la única vez que se sacó la lotería fue cuando se casó con ella; que una vez le pidió prestado un caballo a un vecino y en él se fue a estudiar; que empezó su carrera vendiendo periódicos en las calles, siguiendo los pasos de su hermano Alberto, que no dejara que los sueños se me murieran por las canas, que fuera siempre por la izquierda, que no albergara rencor en mi corazón y que estaba orgulloso de mí.

Ese día no pasó así.

Estaba acostado en la orilla de la cama, como las águilas que cuando se saben heridas se alejan. No quiso almorzar a pesar de que insistí y cuando tomé su temperatura su cuerpo estaba helado: 33.5 marcó el termómetro. Con lo cálido que fue mi padre…

Nos fuimos al hospital y nunca mostró miedo. Aprovechamos esa tarde entre análisis y placas, hablando por última vez, “es el ciclo de la vida” le dijo a mi sobrino, que desde hacía unos 7 años vivía con mis padres y con quien solía hablar mucho; no un nieto, sino un hijo más para él.

Cuando por fin logramos que lo admitieran en otro hospital porque, oiga, qué caro es enfermarse y en el Santander si no se paga no le hacen a uno nada y acá entre nos, entonces qué juraron esos médicos en su toma de protesta sino salvar la vida de las personas, para qué, si luego van a corromperse por unos cuantos pesos… en fin, que lo movimos al 270 por que nuestro amigo Luis Casas, quien desde hacía un tiempo seguía sus pasos, consiguió que lo recibieran, porque en los hospitales públicos de México sin una palanca te tratan peor que a los perros, como el Dr. Mendoza, que trató a mi madre con una dureza escalofriante, sin nada que dejara ver en él un pedazo de humanidad. ¿Estaría vivo? ¿Tendría una madre? No lo sé…

A las 3:19 am lo estaban ya entubando.

Unos momentos antes de que eso pasara dejó ver un pequeño hilo de incertidumbre, de temor. No supe qué mas decirle, así que repetí la lección más grande que me ha dejado para la vida:

“Hay que echarle chingazos, papá”

“Sí, mijita” me dijo.

Y fue lo último.

Papá luchó por su vida las siguientes 36 horas, aproximadamente.

Tres procedimientos nos dijeron los médicos que no resistiría y los 3 los libró.

En ese último día, el día de la calamidad, después de una angiografía que revelaba que no había un coágulo de sangre en su pulmón que estuviese causando tal daño, lo transfirieron a un cuarto aparte donde pudimos estar acompañándolo toda la tarde. Estuvo mamá con él, mi hermana Cynthia lo atendió en su limpieza, vino mi sobrino Abdiel. Yo estuve leyéndole el primer capítulo de Cien años de soledad y reímos juntos con la llegada a Macondo del hielo… estoy segura que él también se reía. Tuve ocasión de decirle lo mucho que lo amo.

Papá falleció después de eso.

Hasta mi último aliento de vida es tuyo, me decía siempre que hablábamos y sí, fue así…

Su cuerpo terminó ese ciclo al que llamamos vida, pero su vida está ahora más presente que nunca en nosotras, sus hijas y su esposa, en su familia. En sus amigos, en quienes le leían.

Es compleja la vida, sí, muy cabrona, pero mi padre me dejó lista para vivirla.

Ahora entiendo que mi padre estaba esperándome, que vine a despedirlo.

Mi familia y yo – estoy segura que mi padre también – estamos más que agradecidas con todas las personas que nos apoyaron en sus últimos días: Regidora María Esther Camargo, Regidora Margarita Ortega Padrón, Dr. José Luis de los Monteros, Luis Casas, Omar Orlando Guajardo López, quien fue como un hijo para mi padre, Arturo Honorio, su admirado hermano Alberto Guerra, Erick Stanford, Presidente Municipal de Reynosa Carlos Peña Ortiz, Diana Ruiz y como siempre Joel López, “Joelón” como le llamaba,  su entrañable amigo.

A toda la comunidad de periodistas, amigos y políticos que lo tuvieron en sus oraciones, muchas gracias.

A todos los lectores que durante años más de 40 años de trabajo periodístico entre notas, entrevistas, reportajes y esta su columna, EN CONCRETO, le siguieron los pasos, MUCHAS GRACIAS…

Por hoy es todo… y quién sabe, igual nos leemos mañana.