Para reconciliarse con el pasado
Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Para reconciliarse con el pasado
Muchos dicen que escribir es la mejor cura para sanar el alma, incluso hay gente que afirma que la escritura también sana el cuerpo; catarsis le llaman algunos, otros, ajuste de cuentas. Incluso algunos terapeutas, psicólogos y guías espirituales recomiendan a sus pacientes que si hay algo en el pasado que no los deja en paz escriban una carta y después la quemen. La Iglesia Católica posee uno de los remedios más antiguos para esta cura, la confesión y orar por los enemigos.
Pero Pedro Almodóvar, el cineasta español, ha encontrado su propia fórmula, expiar sus pecados, hacer sus confesiones y reconciliarse con el pasado a través de sus películas. Aunque cierto es que ningún artista, escritor, músico u lo que sea, escapa de impregnar sus obras con algo de su vida; este cineasta lo ha hecho de manera consciente, terminando con su más reciente película “Dolor y gloria” una trilogía un tanto biográfica de su vida junto con dos cintas anteriores “La ley del deseo” de 1987 y “La mala educación” de 2004.
Pero a diferencia de éstas, “Dolor y gloria” va más allá de contarnos un poco de su vida y de la España de entonces, tal parece que Almodóvar se propuso en esta cinta reconciliarse con su pasado, sanar heridas y cerrar ciclos contando momentos importantes de su vida, aunque no todo lo que se ve y se cuanta en la película es literal, como todas las buenas obras de arte, la imaginación alimenta en gran parte la realidad.
Cinco momentos fundamentales componen la cinta, su primer encuentro con el deseo, su amor de juventud perdido en el tiempo, la convivencia con su madre, el perdón de los pleitos que con otros tuvo en el pasado y el consumo de drogas.
“Las heridas se vuelven viejas junto con nosotros y no tiene caso seguirlas conservando” le dice a un viejo amigo que le pregunta por qué después de tantos años va a buscarle si habían quedado enojados.
Y esta escena es tal vez uno de los momentos nodales de la película, cuando el espectador debe comprender que cuando se sufre de tantos e inmensos dolores físicos y emocionales como el personaje principal, hay que ir deshaciéndose de los rencores que se vuelven absurdos con los años.
Creo que las películas, al igual que los libros, no están hechos para todas las edades y que uno debe llegar a ellas en los momentos oportunos y de alguna forma “Dolor y gloria” no es para todo público, porque la cinta se saborea desde el dolor físico y emocional que el espectador ha acumulado con los años.
Es una película reflexiva, reposada, fina, con un Antonio Banderas fresco y una Penélope Cruz de soberbia actuación aún en su papel secundario. Como dato curioso hay que anotar que el piso donde habita el protagonista es casi una réplica del piso de Pedro Almodóvar y muchas de las obras de arte que decoran la casa son propiedad del él incluyendo la foto de su padre que aparece en el buró de la recámara.
La cinta es un canto al dolor y al éxito que juntos se alcanzan en la madurez de la vida, alimentados por esos recuerdos felices de la infancia a los que muchos recurrimos para salir del tedio que la vida adulta nos impone, pero, sobre todo, es un ejercicio del perdón hacia los otros y la reconciliación con uno mismo.
Aunque el principio puede parecer tedioso, como es la vida misma, la película se nos entrega poco a poco hasta lograr un final que nos toma por sorpresa, muy al estilo de Pedro Almodóvar.
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