Sabores de la huasteca
Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Sabores de la huasteca
Después de comernos un menudo en El Limón, muy cerca de El Mante, enfilamos para Ocampo por una pequeña sierra que me recordó las curvas que en mi infancia solíamos recorrer entre El Naranjo y Ciudad del Maíz; “mucha gente dice que esta sierra es peligrosa, pero el paisaje hace que valga la pena” les dije a mis compañeros de viaje, Ambrocio al volante y Ana y Antonio en el asiento trasero del vehículo.
Atendiendo una invitación para conocer la gastronomía de ese lugar, que Cuitláhuac Córdova nos había hecho y reflexionar acerca del patrimonio cultural, llegamos con entusiasmo cerca de las 11 de la mañana a Ocampo. Nos estacionamos en la plaza principal e inmediatamente me enamoré del lugar. Casa de dos pisos con balcones estilo Nueva Orleans, una iglesia antigua que como imán nos atrajo a su interior. Su arquería, diseño y su estilo neoclásico me recordó a Ciudad del Maíz, pero en dimensiones pequeñas.
Días antes había sido la fiesta parroquial y encontramos a Santa Bárbara, patrona del lugar, despojada de su espada y corona, bajada de su nicho. Unas señoras se encontraban lustrándola para volverla a colocar en su lugar, así que aprovechamos para retratarnos con ella muy cerquita.
El altar mayor luce una hermosa custodia de gran tamaño que se encuentra tapada con una cortina muy elegante que, según me contaron las señoras, sólo abre cuando se expone el Santísimo Sacramento. Salimos extasiados por la belleza del templo y nos dirigimos a la casa de la familia Guerrero Gutiérrez donde se organizó la muestra gastronómica.
La casa de amplio patio albergaba una muestra fotográfica y varios stands con venta de cecina, chorizo, carne enchilada, atole negro, piloncillo, artículos de cuero, cestos de palma, un pozo con barbacoa y un gran horno panadero; al fondo un grupo de huapangueros tocaba alegremente.
Después de probar de todo, nos pusimos muy cerquita del horno, ahí conocí a dos de los 13 hermanos Guerrero Gutiérrez quienes nos contaron la historia de su familia, cómo su padre los había sacado adelante sólo con la venta del pan; “todos somos profesionistas, algunos profesores ya jubilados, otros ingenieros y cada fin de año nos reunimos aquí, en la casa paterna y cocinamos pan para nuestro consumo y si alguien pasa le obsequiamos; todos aprendimos el oficio de mi padre pero nadie lo continuó porque nos hemos dedicado a otras cosas”, dijo uno de ellos.
De ahí nos fuimos a un lugar llamado “La Alberca” donde se encuentran las ruinas de la Misión de Nuestra Señora de la Soledad de Igollo, una construcción del siglo XVIII de dimensiones monumentales y de la que se conservan algunas paredes, techos, arcos y contrafuertes pero que algunas familias la han tomado como cementerio. Muy cerca de ahí pasa un riachuelo y los grandes árboles del lugar hacen de ese pareja un espacio donde se disfruta la naturaleza.
Por la noche, la señora del hotel nos recomendó una cenaduría llamada “El Carnal”, el menú eran quesadillas de harina, tacos de bistec y big gorditas; yo que quería explorar toda la gastronomía local pedí una de cada una, el señor que nos atendía me vio con extrañeza y me dijo, “Si quiere, le traigo la big gordita y luego si quiere el resto”. El resto ya no fue necesario, porque la deliciosa big gordita, del tamaño casi de una migada, estaba muy bien rellena de bistec, queso y aguacate.
Al siguiente día me levanté muy temprano para recorrer el centro de Ocampo y tomar fotos de las casas antiguas, sin carros y sin gente; pero para mi sorpresa la actividad ya había empezado en domingo por la mañana, con un trajín de carros y personas, así como cafés abarrotados.
Por la señora del hotel me enteré que existe la costumbre de ir a tomar muy temprano café con bísquets y nos recomendó que antes de irnos pasáramos a comprar para que los probáramos. Así lo hicimos, pero en el primer expendio, una cafetería del centro había una larga fila que le daba vuelta a la calle, así que buscamos una segunda opción, donde nos los vendieron calientitos y muy baratos, estaban exquisitos.
Salimos rumbo a El Mante, nuestra intención era aprovechar el día para visitar la hacienda Los Naranjos en el ejido Nueva Apolonia y el Museo del ejido Celaya. Pero antes pasamos a almorzar un sabroso zacahuil en casa de mi hermana Dora quien vive en la ciudad donde el azúcar es más dulce y capital de la zona cañera.
Llegamos al ejido Celaya a media mañana, el museo estaba cerrado así que fuimos a buscar al presidente del Comisariado ejidal, don Daniel, quien amablemente nos atendió, abrió el museo y nos contó cómo se habían organizado para impedir que se llevaran el monolito para El Mante, así como otras piezas que ellos han encontrado en sus parcelas. “Esta es nuestra identidad, son nuestros antepasados, no podemos permitir que nos quiten lo que es nuestro”, sus palabras me llenaron de orgullo, me emocioné y le prometí que llevaría a mis alumnos, entonces ya entusiasmado me dio sus datos y me insistió que le avisara cuando fuéramos, “eso nos va a dar mucho gusto”.
El museo es una habitación pequeña que tiene al Señor de la muerte (su pieza más importante), algunas vitrinas con cuisillos, molcajetes y pedazos de un monolito con inscripciones mayas, todo encontrado en el ejido y de lo que sus habitantes están orgullosos.
Seguimos el camino por la misma carretera hasta llegar a Nueva Apolonia, casi en la entrada del ejido, a mano derecha, se ve “el castillo”, como le llaman al casco de la otrora hacienda de los Naranjos; 24 años atrás había venido y ahora me sorprendió su estado; entonces era propiedad de particulares y había una señora que vivía al lado en unos cuartos; ella se encargaba de vigilar y dar permiso a la gente que quería entrar, ahora es propiedad del Gobierno de Estado, no existe ninguna vigilancia y está casi por caerse de no ser por los árboles que han enraizado en sus paredes y mantienen de pie parte la construcción.
Después de comernos unas mandarinas, recorrerla y platicar con algunos visitantes despistados que no sabían nada de su historia, regresamos a Ciudad Victoria por la tarde, no sin antes comer una ricas carnitas en Loma Alta.
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