Tener fe en Jesús, nos asegura la vida y la comunidad
Tener fe en Jesús, nos asegura la vida y la comunidad
Por: Obispo Oscar Efraín Tamez Villarreal
Estimado hermano, en este décimo tercer domingo del tiempo ordinario (Ciclo B), la Palabra de Dios nos habla con el Libro de la Sabiduría (Sab 1,13-15; 2,23-24); el Salmo 29 (Te alabaré, Señor, eternamente); la segunda carta de San Pablo a los Corintios (II Cor 8,7.9.13-15); y el Evangelio de San Marcos (Mc 5,21-43). El tema central: sólo quien crea que sí vale la pena molestar al Maestro y que nunca es demasiado tarde, experimentará y descubrirá que en Jesús está la vida.
Deseo compartir esta reflexión en tres pequeños apartados:
El contexto de las dos curaciones. En medio del lago (4,25-41 evangelio del domingo pasado) Jesús aparece como libertador del caos en la naturaleza; en tierra de paganos (5,1-20 endemoniado de Gerasa), como libertador del caos en el corazón del hombre poseído por espíritus malignos.
Ahora, Jesús está de nuevo en Galilea, en medio del pueblo de Israel, ahí se muestra como liberador de la enfermedad y, sobre todo, de la muerte. Dios es Dios de la vida y quiere nuestra salud y vida.
La curación de la hemorroisa. Para tener un mejor conocimiento de la acción de Jesús, es necesario recordar todo lo que suponía la enfermedad de la hemorroisa. La mujer que tenía una pérdida de sangre continua era el símbolo de la frustración vital.
Entre los judíos, el simple hecho de ser mujer era ya una marginación social y religiosa. Pero, por su enfermedad (una menstruación continua), esta mujer sufría una marginación muchísimo más grave: no podía tener hijos (recordemos que en los tiempos bíblicos a la mujer se le apreciaba por su fecundidad y donde el tener hijos era signo de la bendición de Dios; la condición de la hemorroisa la reducía a la nada); además, religiosa y legalmente, era siempre una mujer impura y contaminante (Cfr. Lev 15,19-30).
Así pues, su condición era de marginación y muerte social. No podía tocar ni ser tocada. Sin medios y sin remedio, tras muchos y largos fracasos médicos, donde había gastado toda su fortuna, ella es consciente que el único Médico que puede curarla es Jesús.
Para conseguir la curación, hace a un lado los prejuicios religiosos que le impiden ponerse en contacto con Jesús. Se salta la ley, pues su fe le lleva a creer que con solo tocarle la ropa se curará: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
La curación de la hija de Jairo (devolverle la vida). Esta curación nos muestra que la liberación que Jesús nos trae va más allá de los límites supremos, el de la muerte.
Jairo y su familia recurren a Jesús, pero para ellos hay un límite, el de la muerte. Si la niña ha muerto, ya no vale la pena ‘molestar al Maestro’. Jesús, sin embargo, provoca en Jairo la fe en que el reino de Dios llega con todas sus consecuencias: “No temas, basta que tengas fe.”
El milagro se realiza porque Dios es Dios de vida y no de muerte. Sólo quien crea que sí vale la pena molestar al Maestro y que nunca es demasiado tarde, experimentará y descubrirá que en Jesús está la vida.
La fuerza de la fe en Jesús. Las palabras de Jesús que hemos leído y escuchado en el Evangelio de hoy, a la mujer le dice: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad” (v.34) y al padre de la niña: “No temas, basta que tengas fe.” (v.36) ponen de manifiesto la importancia de la fe para experimentar la presencia de Dios y de su reino en nuestra vida. Sin fe, no puede haber milagros ni signos de vida.
San Marcos nos muestra que: por su fe en Jesús, la mujer curada se va en paz, con plenitud interior y exterior de vida, como si hubiese vuelto a nacer. Por la fe de Jairo en Jesús, la niña se puso en pie, recuperó la vida, cuando parecía que se la habían arrebatado.
Las dos curaciones o milagros nos dejan muy claro que la fe exige siempre encuentro y diálogo personal con Jesús. Nada importante pasó hasta que no se llegó a un encuentro personal con Jesús.
Curarse, el corazón de una persona habitada por la fe. Hoy, con mucha frecuencia pasamos por alto que Jesús, más que atribuirse a sí mismo las curaciones que realiza, recuerda a los enfermos algo realmente sorprendente: “Tu fe te ha curado”. Y los despide invitándoles a no olvidar nunca esta realidad.
Quien sabe creer en Jesús y acierta a confiar su existencia en Dios, posee en sí mismo una fuerza capaz de liberarle de todo lo que le deshumaniza y le destruye como persona. Quizá los cristianos de hoy, ya no nos atrevemos a creer que la fe puede seguir hoy curando y dando vida a las personas.
Si sabemos apreciar la fuerza sanadora que se encierra en el corazón de una persona habitada por la fe podríamos sanar de raíz y tener vida en plenitud.
Estimado hermano, pido a Dios te bendiga y que nos conceda una fe grande que habite totalmente en nuestro corazón y nos permita vivir en plenitud. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra iglesia diocesana.