Columnas

Tomates y cebollas rebotados

Remache del cambio

Por: Enrique Zúñiga Castillo

Tomates y cebollas rebotados

Juan Manuel Horak Santoyo, líder de los productores agrícolas del sur de Tamaulipas, acaba de anunciar que cientos de toneladas de tomate y cebolla recién fueron rechazadas por las autoridades aduanales de Estados Unidos, cuando los cosecheros intentaban exportarlas al vecino país. Según el gobierno gringo, esos productos incumplieron los estándares de calidad y esa fue la causa por la cual no fue autorizado el cruce hacia el mercado estadounidense. Bajo la administración de Donald Trump, afirmó Horak Santoyo, los funcionarios en la frontera se han puesto más estrictos. Los dueños de las legumbres rechazadas han decidido regalarlas a familias humildes.

El tema aquí mencionado me da el motivo, amable lector, para transcribir la información contenida en mi libro Manantial de laguna I, relativa a los problemas que sorteaban los agricultores, hace más de 60 años, en el sur tamaulipeco.

Remache de ayer

“En 1953, la caja de tomate, en Estados Unidos, la pagaban de tres a tres dólares con 90 centavos. Las cosechas en el sur de esa nación eran abundantes. Por eso, el tomate mexicano enviado a ese país disminuía de precio.

Es importante mencionar que el dólar, en 1950, equivalía a ocho pesos 65 centavos; en 1954, once 34 centavos y en 1955, 12 pesos 50 centavos…

A fines de 1953, los cosecheros concentraron el tomate en Tres Marías para seleccionarlo y enviarlo a los Estados Unidos. Este país sufrió, ese año, una helada en los estados de Virginia y Florida. Los exultantes mexicanos esperaban aprovechar la ocasión para vender, a los güeros, el tomate en un buen precio. El valor de la caja de 60 libras alcanzaba la cifra de 35 dólares y la tendencia iba a la alza. El cruce era por la aduana de Nuevo Laredo.

Su eufórico entusiasmo se frustró al percatarse de una oportunista alcabala fijada por el gobierno del estado. Debían pagar en las oficinas fiscales 33 centavos por caja de tomate.

Con los precios abatidos y con los inmisericordes gravámenes, el producto se acumulaba a lo largo de la carretera Tampico Mante o pudría al sol en los feraces surcos.

El grito de lamento llegó hasta la ciudad de México.

Los mortales costos de producción eran:

Un peso por corte de cada caja, más un peso de flete de Cuauhtémoc a Tampico, más dos pesos del valor de la caja de madera, más el costo de la caja de empaque nacional y sobre todo la alcabala. Más lo que se te antoje agregar. Súmale, réstale, divídele. No contiene.

En México, la caja era vendida entre tres y cinco pesos.

Posteriormente, para acabarla de sufrir, el gobierno mexicano permitió, en el primer semestre de 1954, el ingreso de grandes cantidades de tomate gringo por la frontera norte. No me ayudes paisano; acábame de matar. Mejor.

En Estados Unidos ese mismo producto lo aplicaban al forraje pero al ingresar en México, los expendedores lo vendían como de primera calidad. Para lograr la estafa, los especuladores aparentaban una selección.

Lo desperdiciado en Texas, aquí se convertía en artículo de lujo. Los transportistas, quienes sólo invertían en el flete, y los comerciantes quienes emparejaban el precio con el del tomate de la región, eran los del negocio. Allí nomás, a trasmano.

En 1954, un decreto del gobierno causó gran incertidumbre en los agricultores tomateros. El mismo embajador de México en los Estados Unidos, Manuel Tello Barraud, hizo declaraciones, con el propósito de menguar los ánimos.

—“Tranquis, tranquis”, al parecer, les dijo afable.

El diplomático declaró que el decreto no debía de ser motivo de preocupación. Entraría en vigor de manera gradual, paulatina. Despacito, muy despacito, se fue metiendo en mi corazón… Los alarmados cosecheros ya pensaban en lo incosteable del cultivo por las draconianas normas impuestas al fruto.

El secretario del ramo, Gilberto Flores Muñoz, a mediados de 1954, especialmente se dirigió a José Dolores Rico, dirigente de los productores altamirenses. De este tamaño era el formidable peso específico de la organización de cultivadores de Altamira. La presión ejercida hacia el centro del poder alcanzó para obligar al mismo secretario de Agricultura virar la mirada hacia la región. El secretario resaltó la desinformación de José Dolores Rico. Siempre el reclamante es el que no entiende las cosas.

(Dolores Rico llevó en su nombre padecer y caudal; murió joven).

El decreto de marras en el numeral cuatro establecía que el secretario de Agricultura podía dictar órdenes para estipular los requisitos en tamaño, clase, calidad y madurez que debían alcanzar el tomate, el limón y la toronja, sin embargo, los estándares eran fijados en los Estados Unidos. Los interesados en exportar debían cumplir esas reglas. El sumiso gobierno mexicano, a las órdenes del yanqui, así lo aceptaba.

En materia de producción de alimentos como en otros rubros, la soberanía nacional siempre ha estado amenazada por los colosales intereses económicos de la potencia norteamericana. Así lo demuestra lo ocurrido en los años cincuenta con los agricultores tomateros del sur de Tamaulipas.

El descenso en el precio del tomate, el chile y la cebolla era en ocasiones desastroso. Si el vecino país del norte obtenía buenas cosechas rechazaba las cosechas mexicanas. Lo anterior, provocaba una saturación del mercado mexicano y la caída de los precios”.

Bernardo Javier

La semana pasada expuse en esta columna que Bernardo Javier Hernández de la Torre se había comprometido conmigo a enviarme la imagen del nombramiento que como encargado de despacho de la Delegación Sur, en Altamira, le otorgó Ama Laura Amparán Cruz, la alcaldesa. El documento ya lo envió a mi correo electrónico. En él consta que a partir del 28 de octubre del año pasado fue asignado al cargo. El punto es el siguiente: La presidenta municipal, por obligación legal, debió enterar  a síndicos y regidores, ¿supo el cabildo en pleno sobre tal nombramiento?

¡Qué suene la banda, Alma!

La insensibilidad y la ignorancia han prevalecido en la decisión de desparecer la Banda Municipal de Música de Altamira Tamaulipas. En contraste, síndicos y regidores han insertado en las listas salariales a hijos, ahijados, sobrinos, cuñados, parejas, guachomas, etcétera. Esta política forma la suave brisa del cambio encabezada por Alma Laura Amparán, la presidenta municipal. ¿Pensar en reelección? De que se van, se van.

contrarraya@gmail.com