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CONDENA DE LA MEMORIA

CONDENA DE LA MEMORIA

JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Erastrato de Efeso, un modesto pastor del siglo IV de la Antigua Roma, que, como la mayoría de los seres humanos, estaba condenado a pasar inadvertido y a engrosar las filas del anonimato tras su muerte, se rebeló contra lo que parecía imposible de superar.

No se resignó a aceptar lo que el destino había reservado imponerle.

A pesar de la modestia en la que vivía, tenía enormes deseos de trascender y que se hablara de él en el futuro. Pero ¿cómo lograrlo si carecía de oportunidades para escalar posiciones en las altas esferas del gobierno y de las estructuras del poder de la época?

Tras darle vuelta a diversas opciones, finalmente encontró la que le pareció la más viable que tenía al alcance para conseguir su objetivo en el año 356: incendió el Templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo, en el que prestaba sus servicios.

Estaba seguro de que el agravio a la diosa le garantizaría un recuerdo indeleble en la historia. Nadie olvidaría, pensaba, una ofensa de esa naturaleza y magnitud.

Cuando fue llevado a juicio por el delito cometido, los jueces, encabezados por Artajerjes, le preguntaron que cuál había la razón que le impulsara a cometer una falta tan grave, y Erastrato confesó, bajo tortura, que lograr notoriedad, al precio que fuera.

Los gobernantes decidieron entonces aplicarle la pena de Demanatio Memoriae o condena de la memoria, que consistía en borrar todo registro histórico y de todo recuerdo humano de la persona condenada y que su nombre jamás fuera mencionado ni registrado en documento alguno, bajo pena de muerte.

Pero no lo consiguieron. A más de dos mil años de su partida, en pleno siglo XXI la gente sigue hablando de su existencia.

Historiadores como Valerio Máximo y Teopompo, consignaron el acontecimiento. En la actualidad, el erostratismo significa cometer actos delictivos para obtener renombre, Miguel de Cervantes Saavedra alude al suceso en la segunda parte de su obra Don Quijote de la Mancha, igual que el escritor francés Víctor Hugo, el español Lope de Vega, el cuentista ruso Antón Chéjov, Julio Verne y Jean Paul Sartré, refirieron en sus obras el incidente.

Como Erostrato, fueron asimismo condenados al anonimato otros personajes famosos. En la Antigua Roma, el Senado les impuso esa pena a los Emperadores Nerón, Calígula, Gelba, Maximinio Daya y Vitelo, el faraón egipcio Adyib, entre otros gobernantes repudiados por los pueblos que gobernaron con crueldad, corrieron la misma suerte.

El Papa Esteban VI impuso ese castigo en el año 897 a su antecesor el Papa Formoso. Dispuso, además, que el cadáver del pontífice fuera desenterrado, vestido con las ropas clericales, sometido a juicio y declarado culpable de diversos delitos, así como que sus ordenaciones fueron declaradas inválidas.

La sentencia no terminó ahí, también le cortaron los tres dedos de la mano con los que impartía la bendición y su cuerpo tirado al río Tíber.

El Dictador ruso José Stalin aplicó la medida a sus enemigos políticos y en tiempos más recientes sufrieron la misma sentencia los gobernantes de Egipto Hosni Mubarak y su esposa, esto durante la revolución egipcia de 2011 y el 26 de diciembre de 2007 en España, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero emitió la ley 52 que decretaba una disposición similar contra el Dictador Francisco Franco.

En la actualidad se hace lo contrario, se recuerdan los peores defectos e injusticias de los gobernantes nefastos.

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