Columnas

El paisaje sensorial de Ciudad Victoria

Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

El paisaje sensorial de Ciudad Victoria

Existen aproximadamente 170 definiciones de la palabra paisaje y por lo general cuando la evocamos pensamos solamente en una postal estática, la instantánea de lo bello, lo artístico, lo único, lo irrepetible.

Jean-Marc Besse, propone a través de su trabajo “Paisaje, un espacio sensible, un espacio público” la posibilidad de entender el paisaje como una experiencia sensorial, donde no solo se piense en lo que se ve, sino también en lo que se oye, se deguste, se toque y se sienta. Esta apuesta por comprender el paisaje en todas las dimensiones sensoriales, permite imaginar la riqueza de lo que puede estar compuesto y representa un lugar, un espacio, un territorio.

Apunta que “Los lugares y espacios no sólo son visibles, sino también audibles. Emiten sonidos particulares que en cierto modo «forman un paisaje», en el sentido de que estos sonidos constituyen la atmósfera o atmósfera característica de estos lugares. Los paisajes desarrollan olores específicos, por ejemplo, hasta tal punto que se puede hablar de una especie de organización olfativa del espacio en los paisajes naturales y urbanos. Espacios hápticos: también en el paisaje una espacialidad de cercanía, contacto y participación con el entorno externo que se entiende a su vez como complejo, es decir, como una atmósfera compuesta de varias dimensiones sensoriales (sonoras, táctiles, olfativas, visuales, etc.) que interactúan en la realidad y en la que el cuerpo es como «inmerso».

Imaginemos entonces cómo son los paisajes que habitamos, más allá de la vista y pensemos por un instante a que huele nuestra ciudad, nuestro barrio, las calles, las tiendas. Recuerdo que mi madre decía que “Victoria olía a pollo asado desde la entrada de la ciudad”, yo digo que el Centro Universitario Victoria huele a tortilla de harina o mi sobrina que suele decir que por las noches su colonia huele a taquitos.

Si pensamos en el paisaje sonoro, la mayoría podríamos coincidir que la ciudad suena a música norteña, cumbia y reguetón, a canto de gallos, a promocional de gas Jebla; para quienes viven a la orilla de la vía del tren saben qué escucharán a las tres de la mañana, los que habitan Tamatán no se alteran porque dentro de su paisaje sonoro se escucha el campo de tiro. Ahora con la pandemia, muchos hacíamos chistes cuando estábamos en clase en línea porque en nuestro paisaje se escuchaba el señor de las tortillas, el que vendía artículos de aseo, el gas, la nieve, el agua.

Pero tal vez el reto sea descubrir el paisaje táctil de la ciudad, sobre todo ahora que con la pandemia no podemos tocar y me pregunto ¿Cuál sería el paisaje háptico de Ciudad Victoria? Sentir el intenso calor, el frío cala huesos, el bochorno que anuncia la lluvia, somos una especie de ciudad meteorológica, dependiendo del clima salimos a la calle, compramos pan dulce, preparamos caldo de res. Ciudad Victoria sabe a carne asada, a flautas de salsa verde, a frijoles charros, a taquitos de la estación, también a boneless, pizza y trolelotes, todo depende del lugar, del barrio o zona donde nos encontremos.

Basse señala en su trabajo que “el cuerpo vivo, que es el cuerpo sensible de las experiencias multisensoriales del paisaje, es el centro de los afectos y el receptáculo de las espacialidades emocionales”. Por eso, cada vez que recorremos la ciudad vivimos una experiencia sensorial. E-mail: claragsaenz@gmail.com