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Tampico, la ciudad más insalubre del Golfo de México en 1835

Por Julián J. Hernández

 

Tampico, Tamaulipas.- Apestaba a animal muerto. La fetidez hubiera atravesado el pañuelo que alguien se llevara a la boca; el mal olor provenía de la laguna seca, donde miles de peces morían en el lodo.

También el calor era insoportable. Para evitar mareos y bochornos, la gente se cubría la cabeza con sombreros de palma, tela, bejuco o papel.

Por las noches, estos malestares desaparecían para ser remplazados por los mosquitos, plaga odiosa que arrancaba llanto en los niños y quejas en los enfermos.

Así vivía la gente en Tampico, Tamaulipas, en los primeros 50 años de fundación.

Sus habitantes resistían los embates del clima tropical, como criaturas sujetas a las leyes de Darwin, obligadas a adaptarse o morir. En 1823, este era el ambiente de los primeros 57 pobladores.

Para 1827, a pesar de plagas y canículas, la población había aumentado a 644 personas. De éstas, 28 se dedicaban a oficios y 4 a profesiones, según registros históricos del Ayuntamiento.

El nuevo puerto de enlace con Europa y Norteamérica comenzaba a funcionar. Para 1835, había casi cuadruplicado su población a 2361 habitantes. En este periodo, 53 de ellos se dedicaban a oficios y 12 a profesiones.

Tampico, Tamaulipas, fue siempre una ciudad, esto es, un municipio planeado para el comercio y los servicios. A pesar de la fertilidad de la tierra, nadie la cultivaba ni criaba animales con fines de lucro, salvo para autoconsumo.

Por sus calles pasaban albañiles, pedreros, canteros y carpinteros. Esos eran los oficios principales. Las profesiones eran ejercidas por abogados, corredores, arquitectos y médicos, sobre todo médicos.

Tantos los oficios como las profesiones se registraban ante el Ayuntamiento para poder ejercerlos, como acreditó la historiadora Galicia Patiño. Sin embargo, esto no impedía los fraudes y las estafas, que comenzaron a ocurrir con el aumento de población.

Un día, en 1935, un grupo de vecinos acudió a la presidencia municipal a una audiencia urgente, ya que algunos médicos tampiqueños eran un fiasco. El asunto lo describió así Galicia Patiño: “Las quejas de la población se expresaron en una ´Representación de Vecindario´, en la que denunciaban abusos de empíricos y charlatanes”. Exigieron, pues, una revisión de los títulos.

De cierto, los galenos de la ciudad eran incapaces de sanar las fiebres y malestares de los enfermos, pero sí sabían cobrar.

Tras una investigación, el Ayuntamiento desautorizó algunos permisos y, de haber siete médicos, solo reconoció cuatro. Junto con ellos, avaló a tres practicantes y seis enfermeros.

En 1835, la salud pública dependía más de la filantropía que del Estado, pero los primeros tampiqueños se preocuparon por asegurar el servicio a los pobres. En la misma solicitud para revisar los títulos, exigieron que los médicos no cobraran a personas insolventes, ya que “era obligación moral de la profesión médica atenderlos gratuitamente”.

Con un criterio que pudiera llamarse “estatista”, la junta de vecinos propuso al Ayuntamiento de Tampico fijar una tarifa única de honorarios médicos, de la que no podían separarse ni un céntimo.

De este modo, a principios del siglo XIX, los médicos adecuaron sus precios de acuerdo con la clase social del enfermo.

La visita de día a una persona pudiente costaba un peso.

La misma consulta a una persona de clase jornalera costaba cuatro reales (1 peso plata equivalía a 8 reales).

En esa época, las condiciones del entorno favorecían la prosperidad de los médicos. Con una selva feraz extendiéndose por la Huasteca, la escasa salubridad y los brotes de fiebre amarilla, todo el año había enfermos.

El ingeniero Alejandro Prieto dejó una descripción de esta vida en los primeros 50 años del puerto. “Tampico tiene uno de esos climas abrasadores en el verano. El sol, pocas horas después de aparecer en el horizonte, presta a la atmósfera una temperatura de fuego, y tan solo debido a que en este tiempo sopla la brisa la mayor parte del día y de la noche, se hacen menos sensibles los grandes calores de su clima”.

El nacimiento del puerto de Tampico facilitó el comercio con Estados Unidos y dio una riqueza incipiente a sus habitantes. Se podía soñar con un futuro, hacer una familia o mejorar la vida. Pero lo primero era adaptarse a los rigores del ambiente.

El ingeniero Prieto vio en las mismas lacustres la causa de las epidemias que asolaban la ciudad en el verano. “La laguna del Carpintero se convertía, durante la estación de secas, en un pantano inmundo, en el cual morían sobre los fangos abandonados por las aguas, gran número de pescados”. Tampico no causaba la mejor impresión en esa época.

“Esto producía entonces en la ciudad verdaderas epidemias por las cuales llegó a decirse generalmente que el clima de Tampico era de los más insalubres entre los de los puertos del Golfo”.

En 1832, se abrió un canal entre la laguna y el río Pánuco, al que llamaron canal de Iturbide (hoy de la Cortadura); esto mejoró la limpieza del embalse gracias a los flujos y reflujos.

Así lucharon los primeros tampiqueños contra el calor tropical, la fauna nociva y las enfermedades infecciosas.