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¡Ahhh, todo por el arte!

Por Pegaso

 ¡Ahhh, todo por el arte!

Está la bella actricita haciendo una escena de cama con el apuesto galán de telenovela. Ambos se tocan sus cuerpos semidesnudos por debajo de la sábana mientras se dan besos de lengüita, de tornillo y de intercambio de chicle.

Pero resulta que ambos son casados y tienen sus respectivos cónyuges.

Más tarde, la actriz llega a su casa y le pregunta su pareja: «¿Qué tal te fue de trabajo, querida?» Y ella contesta: «Normal. Ya mero acabamos la telenovela Los Rucos También Lloran».

Por la tarde, ambos disfrutan en el lujoso sofá de su mansión ubicada en Polanco o El Pedregal, aquella escena de lujuria y pasión.

Lo que en otras circunstancias sería una prueba de infidelidad, es toda una industria en el cine y la televisión.

El hecho es que la joven actriz estuvo en una situación explícitamente sexual con un individuo que no es su esposo, y aún así, le pagan muy bien por hacerlo y ella y su pareja están felices de la vida.

Si yo les preguntara: «Oigan, ¿no creen que se trata de un acto de infidelidad?» Seguramente me responderían: «No. Ese es el trabajo de ella.»

¡Ahhhh, el arte! El arte que todo lo justifica.

Recién comentaba en este mismo espacio sobre las acusaciones que algunas artistas han hecho contra el acoso sexual y violación por parte de poderosos personajes de la industria del entretenimiento.

Siguiendo la moda gringa, algunas chamaconas y no tan chamaconas empiezan a destapar aquellas situaciones embarazosas que tuvieron que vivir con tal de llegar a la cima y de obtener jugosos contratos.

Para empezar, la inmensa mayoría de los actores y actrices jóvenes que entran al showbisness están de buen ver.

Son carne nueva para los lujuriosos productores de programas y películas, quienes se relamen los bigotes pensando en el agasajo que tendrán con aquellos torneados cuerpecitos, deseosos de lograr el estrellato.

En ese mundo perverso hay de todo. Productoras y productores que aprovechan su poder para llevar a la cama a quien se le antoja, sin importar que sea de su mismo sexo, prostitución disfrazada y arreglos en lo oscurito.

No creo en la inocencia de alguien bello que pretenda ser artista.

Sabe de antemano que muchos poderosos le van a tirar los perros, pero se da a desear y hasta coquetea con la posibilidad de un romance con ellos, siempre y cuando la o lo ayuden a convertirse en una rutilante estrella.

Ya lo vimos con el caso de Gloria Trevi y Sergio Andrade. El chimengüenchón y regordete promotor artístico tenía un harén de quinceañeras, cobijado por su hermano, que en ese tiempo era Senador de la República, hasta que se le cayó el teatrito y fue refundido en prisión.

Parte de la culpa de lo que ocurrió ahí fue de las madres de aquellas chiquillas, que ya veían a sus princesas en la cima del estrellato, viviendo en lujosas mansiones y teniendo una vida de ensueño.

Andrade, por lo que se sabe, también andaba detrás de los huesitos de Lucero, cuando tenía unos catorce o quince años, pero su mamá siempre estaba detrás de ella y jamás la dejó sola con el botarate.

En otras ocasiones son las mismas jovencitas las que se lanzan a los brazos de sus ídolos, como ocurrió con Joan Sebastian, quien estaba más feo que Danny Trejo.

Resulta que dos chavitas centroamericanas se fueron a vivir a su casa de Juliantla y le ofrecían su virginidad a cambio de que las hiciera artistas.

El viejo rabo verde ya se veía disfrutando con ella las delicias del himeneo pero de pronto llegó el papá y se las llevó arrastrando de las orejas, porque eran menores de edad.

Yo creo que del coraje que hizo por que se le fueron vivas las palomas, Joan Sebastian colgó los tenis sólo unos meses después de aquel episodio.

Me quedo patidifuso, anonadado y meditabundo cuando leo en las redes sociales algunas justificaciones que dan las artistas para no denunciar los casos de abuso, después del escándalo de Karla Souza.

Que si tenía miedo a las represalias, que hay mucho machismo, que nadie hace caso, que si la justicia está vendida… ¡Pamplinas! Yo pienso que si no quieren exponerse a ese tipo de situaciones, mejor controlen su ambición y su ansiedad de glamour, y no quieran ser artistas, porque en esa selva de perversidades siempre habrá un lobo feroz esperando a la cándida Caperucita.

Y los dejo con el refrán estilo Pegaso: «De tu arte a mi arte, prefiero mi arte». (De la manifestación artística de tu propiedad, a la que me corresponde, es preferible la que es de mi pertenencia).