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Por Javier Terrazas

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El próximo sábado será inaugurada en México, una nueva administración federal, la tercera alternancia partidista en el gobierno nacional.

Hay que recordar que la primera se produjo en el año 2000, con la llegada de Vicente Fox,  respaldado por el Partido Acción Nacional.

Tras 12 años de hegemonía  albiazul en el Poder Ejecutivo Federal, tras un nuevo régimen albiazul encabezado por Felipe Calderón Hinojosa, se puso fin a esa historia derechista.

El PRI, al que muchos dieron por muerto en el 2000, se levantó y con la candidatura mediática de Enrique Peña Nieto, regresó a Los Pinos y está a punto de concluir su mandato.

Este 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador, en su tercera candidatura presidencial, ahora bajo las siglas de un partido nuevo, su partido, Movimiento de Regeneración Nacional, se encumbrará.

Las expectativas generadas en “Juan Pueblo” por parte del que será el nuevo gobierno central son muchas, pues los 18 años de gobiernos PAN-PAN-PRI, no se reflejaron en sus bolsillos.

Muchísimas promesas de superar rezagos, acabar con alzas en combustibles e impuestos,  eliminar la corrupción e injusticia, subir salarios, entre otras, atraparon a buena parte de los votantes.

López Obrador tiene además la mayoría en las Cámaras de Diputados y Senadores, de tal forma que puede moldear las leyes que le permitan allanar el camino al cumplimiento de sus compromisos.

Sin embargo, también está obligado a mantener la gobernabilidad del país, preservando los equilibrios necesarios para que la nación pueda seguir avanzando.

El Estado es el rector de la economía y con las políticas públicas puede marcar el rumbo y dirección del país, pero la nación de integra de diversos poderes públicos y privados que deben coexistir.

Y debe tener muy claro que si bien tuvo una votación muy amplia en relación a sus adversarios, ésta llegó al 46 por ciento de los sufragios, es decir, no obtuvo la mayoría y debe tomar en cuenta a esos contrapesos.

La interacción, diálogo, negociación, cabildeos y construcción de acuerdos en lo posible, con respeto a las diferencias en lo que no sea factible, deben prevalecer en la postura de un gobierno que aspire a hacerlo para todos los mexicanos.

La contienda y los debates ideológicos o de intereses partidistas, deben quedar atrás.

Es tiempo de asumir una visión de estado que analice a fondo, con apego a las leyes, de manera responsable y el uso de la metodología científica, para la toma de decisiones.

Confrontar, dividir, polarizar y descalificar o perseguir a quien disienta, piense, opine o actúe diferente, pone en riesgo la estabilidad del país.

Gobernar no es tarea fácil. Y debe hacerlo bien, por las amplias expectativas generadas y la urgencia de mejoría para las mayorías.

El país no aguanta otro mal presidente. El sábado veremos cómo le sienta la banda tricolor en el pecho. Y como se transforma.

Debería llevar las cosas con calma, como su hablar pausado, pero firme y sin cesar.