Columnas

Sociedad violenta

Por: Javier Terrazas 

La reciente semana la narco-violencia se recrudeció con fuerza en varios estados del occidente y norte de México.

Primero en Jalisco (Movimiento Ciudadano) y Guanajuato (PAN), tras una incursión del ejército para desactivar células del Cartel de Jalisco.

Quema de autos, camiones de carga y autobuses, que fueron despojados a particulares para bloquear avenidas y causar pánico, permitiendo la huida de los capos.

Como siempre, hubo daños colaterales y víctimas inocentes.

La lumbre llegó al día siguiente al estado grande del norte del país, Chihuahua (PAN), con una riña mortal en el penal de Ciudad Juárez, al enfrentarse reos de dos bandas, misma que tuvo repercusiones más sangrientas en las calles juarenses con 9 víctimas inocentes.

Y finalmente ardió Baja California (MORENA) con secuestro y quema de autos en Tijuana y otras ciudades importantes de la entidad.

«El diablo anda suelto» diría mi abuela.

La realidad es que se trata de la capacidad de acción de las bandas delincuenciales en todo el territorio nacional, cuando se ven en riesgo.

Sonora, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí o Veracruz, por citar algunos de los estados del norte, noreste y del Golfo de México, también han tenido episodios de ese tipo.

El problema grave es que ya hemos «normalizado» esa situación delincuencial, al grado de que la autoridad estatal o federal, da las excusas de que se trata de «enfrentamiento entre cárteles» que disputan las plazas.

La impunidad, la tolerancia cómplice, inacción, e incapacidad de las autoridades para combatir a los criminales, incrementa la membresía de la delincuencia en la sociedad.

Como sociedad hemos ido perdiendo la batalla en la formación de ciudadanos de bien, Se han debilitado las instituciones tradicionales.

Me refiero a las verdaderas instituciones formadoras de hombres y mujeres con buenos valores y principios, LA FAMILIA, LA IGLESIA, LA ESCUELA, LA COMUNIDAD.

Han perdido mucho terreno en los últimos cuarenta años.

La familia está fracturada, aumentan los divorcios, las madres solteras, la unión libre y ello incide en la formación de los hijos.

La Iglesia está diezmada y devaluada. Han perdido audiencias por sacerdotes pederastas y poca adaptación de los mensajes bíblicos (parábolas) al lenguaje ordinario en los sermones. Tampoco han ido con fuerza a la comunidad, prefieren la comodidad del púlpito. Los templos están vacíos, semivacíos y feligresía adulta, pocos jóvenes y familias.

Las escuelas pasaron de ser de tiempo completo a medio tiempo, los maestros perdieron mística y se volvieron «burócratas», los padres poco participan en la vida interna de la escuela y los directores e inspectores se perdieron en la administración de cooperativas, cuotas y la comodidad del escritorio y aire acondicionado.

Y prácticamente, dejamos de hacer vida comunitaria con nuestros vecinos, manzanas, barrios, colonias, sectores. Optamos por la reclusión en las casas enrejadas, amuralladas, blindadas y renunciamos a la calle y vida en la comunidad, dándole las llaves de nuestra calle y zona a los delincuentes. Nuestros «autoexilios» los han enseñoreado.

Poco o muy poco logra hacer la autoridad en el combate a la delincuencia, pues operan en los niveles federal y estatal con pobre coordinación, en tanto que la autoridad municipal está ausente, por la desaparición de las Policías Preventivas.

Esa es la cruda realidad de Victoria, de Tamaulipas, o de cualquier otra entidad de México.

Mientras no modifiquemos las formas de actuar, difícilmente tendremos resultados positivos.

Un diagnóstico serio nos releva que la delincuencia es reflejo de la sociedad que somos.

Y además tenemos las autoridades que merecemos.

Si tenemos malos gobiernos, es porque no estamos comprometidos con las causas importantes de la sociedad en que vivimos.

Y más allá de exigirle solo a la autoridad local, estatal o federal, tenemos que participar con más compromiso en el quehacer público.

Hacerlo desde nuestras trincheras, en la familia, en la iglesia, en las escuelas, en nuestros barrios.

Solo fortaleciendo a las instituciones tradicionales formadoras de ciudadanos de bien, podremos empezar a recuperar espacios.

Con mejores familias, tendremos mejores jóvenes.

Con mejores iglesias, reforzarán valores espirituales y morales.

Con mejores escuelas, maestros y padres involucrados, reforzarán saberes y deberes.

Con la vida en comunidad, dejaremos de ser extraños en nuestra propia cuadra o sector.

Insisto, formar buenos ciudadanos para hoy y el futuro es una tarea propia de los padres, reforzada en iglesia, escuela y comunidad, pero en esencia de los padres.

Los gobiernos no harán nuestra tarea, empecemos por reconstruir los cimientos sólidos de familia y comunidad, de la mano de Dios (Iglesias), maestros (escuelas) y comunidad( vecinos, barrio, colonia, sector, ciudad).

La violencia, crímenes, narco, sicarios, cárteles, mafias conocidas como delincuencia organizada, son consecuencia de una sociedad desorganizada.

Los gobiernos no sustituirán nunca nuestras tareas de padres, menos cuando no están preparados y son tontejos, pillines o locuaces.

Una sociedad fracturada, débil, ausente, omisa o contaminada, es el caldo de cultivo permanente para los nuevos delincuentes.

Y el cuento de nunca acabar.

Así es que no queda de otra sopa, formemos buenos hijos, nietos, sobrinos, construyamos comunidad sana y edifiquemos una sociedad positiva y activa.

Y solo entonces, como consecuencia llegarán los buenos gobiernos.

Por ahora, no nos sorprendamos de la violencia. Somos una sociedad violenta.